lunes, 8 de noviembre de 2010

LA CIUDAD DE LOS MISTERIOS ETERNOS

Más de 25 siglos de historia se agolpaban entre las piedras de aquella monumental ciudad. Fue la capital de uno de los imperios más grandes de la historia de la humanidad, la ciudad de los Césares, y cuando su poder declinó, pasó a convertirse en la capital espiritual de Occidente. Pero pocos conocían que aquella urbe guardaba también una puerta secreta, un acceso que conducía directamente a los infiernos…



Ya había viajado a Roma en multitud de ocasiones; incluso había vivido una temporada en la ciudad eterna. En esta nueva ocasión me hospedaba cerca del castillo de Sant’Angelo, al otro lado del río Tíber, en pleno centro de la urbe.
Apenas pusimos los pies en la calle, mi guía me desgranó parte de su misteriosa realidad: “En este lugar donde la historia ha ido forjándose han quedado restos del misterio que la acompaña en cada calle, en cada casa que sigue en pie. Pocos conocen que Roma es una ciudad llena de fantasmas, que aún son visibles para muchos de los transeúntes que pasean durante las madrugadas. Si quieres te puedo llevar a ver a un viejo amigo que conoce como nadie sus historias. Está cerca de aquí, en el Trastevere”.
Aquellas palabras sonaban esperanzadoras. Enseguida llegamos, era una pequeña taberna de más de dos siglos, que había sabido aguantar el empuje de la modernidad, manteniéndose fiel a sus orígenes.
Nada más entrar al lugar la nostalgia se palpaba en el ambiente. Viejas mesas de madera, cubas de vino y velas adornaban una antigua sala donde antes que yo habían estado algunos de los más importantes artistas, pintores y escritores de la historia.
Su dueño, Gino, un tipo alegre, nos hizo sentir como en casa, y ante un buen vaso de vino comenzó a desvelarnos parte del misterio: “Roma, el centro espiritual del planeta, es la ciudad del mundo con más sotanas, pero también está plagada de ‘putanas’, de adoradores del diablo, de magos y de todo tipo de gentes que buscan otros caminos no autorizados.
Si te fijas un poco y abres bien los ojos, verás que por sus calles se esconden algunos de los fantasmas más activos de la historia actual. Pocos son los que conocen su existencia, pero yo tengo hasta fotos de ellos.
Muy cerca de aquí, por ejemplo, en la Iglesia de San Carlo a’ Catinari, sigue apareciéndose un pobre sacerdote que aún le pregunta a Dios el por qué de su desdicha.
Fue embestido por cuatro rayos y se salvó, se refugió en la Iglesia, y mientras oraba a su señor, desde el lucernario de la capilla principal cayó un nuevo rayo sobre él dejándole abrasado allí mismo. Ocurrió en el verano del año 1638.
Aún hoy se cree que en los días de tormenta el espíritu del pobre cura aparece, presa del terror, en la Iglesia, intentando encontrar una explicación a todo lo que le sucedió. Y hay más…
En aquel puente, cerca de la Plaza de la Boca de la Verdad, el de Emiliano, puedes encontrarte una extraña y demoníaca figura encapuchada y negra que llama con gemidos a los paseantes incautos, llevándoles directamente a los infiernos. ¡Pocos saben que esa extraña figura es la misma muerte que camina por allí!
Y no es la única; un poco más abajo, tras esas casas que ves ahí, al otro lado del río, está la ‘casa encantada’ del doctor Tromba.
En su interior se suceden, aún hoy, todo tipo de hechos inexplicables: figuras que pasean asomándose a las ventanas, platos que vuelan, sábanas que, de repente, cobran vida, colchones que se alzan de la cama y comienzan a sobrevolar la ciudad…
Son muchos los romanos que guardamos como recuerdo algunos de los platos que cayeron volando desde la casa… Ese de ahí es uno de ellos”, me dijo señalando una alacena llena de recuerdos.
“Y hay muchos más fantasmas; los del Coliseo, o el del Papa Silvestre II, uno de los más criticados de Roma. En vida fue acusado de brujería y de tener relaciones con el Anticristo, aunque lo más interesante sucede en su tumba situada en San Giovanni i Luterano. De ella surge un agua misteriosa cada vez que se acerca la muerte de un pontífice”.
Mientras escuchaba a Gino percibía su pasión relatándome aquellos viejos misterios. El tiempo volaba en su presencia. Me sentía incomodo por él pues habíamos acaparado toda su atención y debía de atender el trabajo; le dije que no quería robarle más tiempo, pero antes de marcharnos quiso narrarnos otra alucinante historia…

El exorcismo de la Plaza del Pueblo

“Fue uno de los sucesos más extraordinarios de la ciudad. Ocurrió en la Plaza del Pueblo. Allí estaba lo que se llamó el nogal maldito”. Su historia es la siguiente: ¿Recuerdas a Nerón? Su vida está plagada de atrocidades y desmanes…
Llegó a asesinar a su propia familia y en el año 64 quemó Roma culpando a los cristianos, cosa que aprovechó para comenzar un aniquilamiento feroz de los seguidores de Jesucristo.
Pero sucedió, ante tanto caos provocado por el emperador, que los nobles, encabezados por el gobernador de Aquitana, Julio Vindex, cansados de sus desmanes se sublevaron contra él en el año 68. Eso provocó que el Senado declarase al emperador enemigo público.
Solo, loco de terror y abandonado por sus amigos, acabó suicidándose. Lo enterraron en la Plaza del Pueblo. Pero ni con su muerte Roma quedó tranquila; la tumba de Nerón pasó a ser el centro de reuniones de hechiceros y brujas de toda la ciudad.
Y fue justo al lado de su sepulcro donde nació un nogal que se convirtió en el refugio de todo tipo de espíritus y demonios. E incluso el fantasma de Nerón comenzó a ser visto por los alrededores, aumentando el temor de los habitantes de la vieja Roma.
En el año 1099 el Papa Pascual II impuso a la ciudad un ayuno de tres días. En la noche del tercero se le apareció la Virgen, indicándole cómo debía llevar a cabo el exorcismo para liberar a Roma del poder diabólico de Nerón.
A la jornada siguiente se llevó a cabo la espectacular ceremonia. Entre rezos de cardenales y el terror de la muchedumbre, Pascual II desenterró los restos del emperador de debajo del nogal y fueron arrojados inmediatamente al Tíber. Acto seguido cortó él mismo el árbol maldito.
Más tarde, en 1472, sobre su tumba el Papa Sixto IV mandó construir la Iglesia de Santa María del Popolo. Pero parece que el exorcismo sirvió de poco. Son muchos los romanos que, aún hoy, aseguran ver el espectro de Nerón rondando por el lugar”.
El trabajo en la taberna comenzaba a amontonarse. Llegaba el momento de despedirnos de aquel singular personaje. Antes de marcharme, me dijo: “Hay dos lugares en Roma que deberás descubrir por ti mismo. Uno es el ‘Buco del Diabolo’ y el otro el Coliseo. Uno ya sabes dónde está; el otro lo descubrirás al entrar en él”. Y dicho eso, me tendió la mano.

Roma misteriosa

Vincenzo, mi guía, estaba satisfecho. Gracias a él estaba descubriendo algo que muy pocos habitantes de Roma conocen: la historia secreta de la ciudad.
Y mientras caminábamos de regreso a casa, me asaltó con otra pregunta. “¿Quieres conocer más lugares únicos?”. “Por supuesto”, le contesté. “Vamos, te los iré mostrando. Dejemos para el final el Coliseo. Esta ciudad ha estado íntimamente ligada a Dios, pero también al diablo; uno y otro parecen andar irremediablemente unidos.
A las afueras de la zona antigua, justo en el límite de las ruinas romanas, hay un lugar que se conoce con el nombre del “Trono del Diablo”. Según la leyenda, para celebrar el Sabath, el mismísimo príncipe de las tinieblas se aparece ante una gran roca, el “trono de Satanás”.
Son muchos los estudiosos que afirman que dando varias vueltas alrededor de la misma aparece una puerta secreta que conduce a mundos paralelos y desconocidos. Era un secreto que guardaron durante siglos los nigromantes y brujos que asistían a ella para realizar sus viajes y secretas prácticas”.
Trataba de imaginarme cómo debieron ser aquellos tiempos en los que la fe por un lado, y la magia por otro, rivalizaban en la milenaria urbe.
Y mientras paseábamos por las callejas, iban despertándose en mí los recuerdos de aquel periodo, como si los fantasmas del pasado comenzaran a tomar vida. Vincenzo retomó su narración. “Estamos cerca del Campo de las Flores. Otro lugar donde suceden extraños fenómenos.”
A pocos metros de nosotros, las estrechas vías se abrieron dando paso a una amplia plaza que los jóvenes habían elegido como lugar de reuniones nocturnas. “¿Ves cuanta gente joven hay ahora? No siempre es así… Aquí fue quemado Giordano Bruno en una gran hoguera.
Aquel hecho fue celebrado por multitud de romanos que aplaudieron la ceremonia de la muerte del pobre Bruno. Desde entonces, todos los aniversarios de esa fecha, por la noche, se queda vacía de jóvenes y en su lugar aparece el espectro de Giordano seguido por una procesión de almas en pena.
Son las que en su día se alegraron con esa ejecución injusta. Un lugar que ningún romano se atreve a pasear en esa madrugada. Pero si hay un lugar mágico y extraño por encima de todos en Roma ese es el Panteón”.
Apenas terminó de decirlo, doblamos una esquina y apareció majestuoso; una fachada imponente con la leyenda mandada labrar por el Papa Urbano VIII: Aedificium toto orbe celeberrimum.
Y así era: el más grandioso edificio de la antigüedad conservado hasta nuestros días. Pero la noche se acercaba y tuve que dejarlo para el día siguiente.

La morada de los dioses: el Panteón

Apenas había salido el Sol sobre la vieja ciudad cuando nos pusimos en marcha. Vincenzo me explicó algo de su historia: “Se trata de un templo romano dedicado a varias divinidades, especialmente a Venus y Marte, construido por mandato del cónsul Agripa, yerno de Augusto, en el año 27 a. de C.
Después de varios incendios, que prácticamente lo arruinaron, se reconstruyó en el año 126 de la era cristiana, en tiempos de Adriano, atribuyéndose su erección al arquitecto Apolodoro de Damasco. El extraño edificio, del que apenas veías la portada, se desvelaba en toda su magnitud cuando entrabas en él. Nada te hacía imaginar que existiera lugar tan increíble tras sus misteriosas puertas”.
Allí dentro, los arquitectos habían representado la unión de la Tierra con el Universo. Era la morada de los dioses, un hogar levantado sobre gigantescos pilares de mármol monolítico que pesaban unas 90 toneladas, y que fueron milagrosamente llevados a Roma por mar desde Egipto hace más de 2.000 años.
Todo un prodigio y un milagro de la arquitectura antigua. Allí podías ver una inmensa esfera llena de nichos donde antiguamente reposaban las estatuas de los dioses romanos, plagado de estrellas simulando el universo. Era un lugar hermoso aunque la sensación que recibía era muy inquietante. ¡Toda una maravilla!
Pero había algo extraño. Algo hizo que fijara mi atención en la parte superior de la bóveda; había un círculo perfecto, un agujero que comunicaba la Tierra con el cielo ¡Y ahí estaba una de las señales que buscaba! Era “Il Buco del diavolo”; el agujero del diablo. Y su presencia amenazadora se sentía sobre todo el edificio.

La puerta de entrada a los infiernos

La historia cuenta que el anfiteatro Flavio, comúnmente conocido como el Coliseo, está considerado el símbolo de la eternidad de Roma. Su construcción fue iniciada en el año 72 d. de C. por Vespasiano y fue concluido por su hijo Tito en el 80 d. de C.
Para su edificación se emplearon más de cien mil metros cúbicos de mármol travertino, llegando a albergar a más de 50.000 espectadores.
En tiempo de la persecución a los cristianos éste era el lugar elegido para llevarlos al martirio arrojándolos a los leones.
Pero pocos saben que el Coliseo era y es algo más. “Ven acompáñame y te enseñaré algo que muy pocos conocen”.
Seguí los pasos de mi guía sin decir palabra. Poco a poco paseábamos bajo los imponentes arcos de aquella estructura que ahora se me antojaba más misteriosa que en otras ocasiones. Y es que pocos saben que el famoso Coliseo está considerado una puerta que conduce al infierno.
Desde ella, aún hoy, entran las almas en pena hacia el averno. Son muchos los romanos que afirman haber visto, en ciertas noches, multitud de negras sombras deambulando por estos lares.
“Si te fijas existen dos puertas principales: la ‘Triumphalis’, desde la que accedían los gladiadores en un carro para hacer el paseo antes de entrar en lucha, y la ‘Libitina’, dedicada a la diosa de la muerte, desde la que hacían salir a los gladiadores muertos en la batalla.
Es precisamente ésta la que da acceso al mismísimo infierno; por ella entran y salen las almas atormentadas a nuestro mundo”.
La noche había caído sobre Roma y estábamos a punto de marchar cuando, de repente, un rumor llenó la madrugada. De la puerta Libitina salieron miles de estorninos volando hacia el cielo de la capital en una danza que, en aquel lugar, se me antojaba macabra. Buscaban un sitio para reposar, o… ¿quizás eran las mismísimas almas que salían a pasear su pena?
Nos dimos prisa en cruzar la calle y tomar el autobus. No queríamos estar más tiempo allí… Fue entonces cuando me recordó una vieja profecía: “Quamdiu stat Colysaeum stat et Roma, quando cadet et Colysaeum cadet et Roma, quando cadet et Roma cadet et mundus” –Mientras permanezca el Coliseo, permanecerá Roma; cuando caiga el Coliseo, caerá Roma; cuando caiga Roma, caerá el mundo…

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